Hecha Oración…
Hecha Oración…
La oración es para nosotras una actividad fundamental, pues es la realidad de nuestra vida que expresa más concretamente nuestra opción por Dios en cuanto acto que nos hace entrar en relación, comunicación, comunión amorosa con Él mismo. Por ello podemos decir que es el tesoro de nuestro corazón. Tesoro en verdad escondido, hundido en lo más profundo del ser.
Anterior a todo esfuerzo y a toda técnica, desde el momento en que recibimos la vida de Dios, en la hora misma de nuestro bautismo, la oración queda derramada en el corazón, al mismo tiempo que el Espíritu Santo, que entonces nos es dado (Rom 5,5). Él no cesa de orar allí con gemidos inefables (Rom 8,26) intercediendo por todos; y el camino monástico nos lleva a “despertar el corazón y hacerlo sensible a la oración que lleva en sí”.
Esta oración se nutre de un alimento que dispensa con abundancia el ambiente monástico, especialmente en el espacio dedicado a la lectio divina: la Palabra de Dios. El corazón del hombre está hecho para la Palabra y la Palabra para el hombre. De ahí el papel preponderante de la Palabra de Dios en nuestra vida, y la insistencia de san Benito en la actitud de una escucha humilde: “Escucha, hijo mío, los preceptos de tu Maestro; inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto las instrucciones de un padre piadoso” (Regla de San Benito, Pról.1). La Palabra de Dios puede crear todas las cosas nuevas en el oyente que alcanza. Golpea, hiere, pero para despertar, curar, restaurar.
Esta oración se nutre de un alimento que dispensa con abundancia el ambiente monástico, especialmente en el espacio dedicado a la lectio divina: la Palabra de Dios. El corazón del hombre está hecho para la Palabra y la Palabra para el hombre. De ahí el papel preponderante de la Palabra de Dios en nuestra vida, y la insistencia de san Benito en la actitud de una escucha humilde: “Escucha, hijo mío, los preceptos de tu Maestro; inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto las instrucciones de un padre piadoso” (Regla de San Benito, Pról.1). La Palabra de Dios puede crear todas las cosas nuevas en el oyente que alcanza. Golpea, hiere, pero para despertar, curar, restaurar.
Es cierto que Dios viene a nuestro encuentro desde dentro de nosotros mismos; sin embargo, este acontecimiento divino es provocado por acontecimientos exteriores a nosotros. Nuestra interioridad despierta ante el impacto que le viene de otra parte: un acontecimiento o determinadas hermanas, esperanzas y fracasos, amistad o soledad, tentación e incluso caída. Todos estos acontecimientos están ensartados por la Palabra que los ilumina.
La Palabra nos ha creado. Nos mantiene en la vida. De ella nacemos sin cesar. Nos acompaña a lo largo de nuestro itinerario terrestre, desbrozando los caminos, indicando la dirección.
En este sentido podemos decir que la lectio constituye la trama de nuestra jornada. Nos acompaña de la mañana a la noche, e incluso en medio de la noche. Cuando nos retiramos a la soledad, nos inclinamos de nuevo sobre la Palabra: “que el sueño te sorprenda siempre con un libro, y que tu cara, al caer dormida, sea recibida por una página santa” (San Jerónimo).
Es cierto que Dios viene a nuestro encuentro desde dentro de nosotros mismos; sin embargo, este acontecimiento divino es provocado por acontecimientos exteriores a nosotros. Nuestra interioridad despierta ante el impacto que le viene de otra parte: un acontecimiento o determinadas hermanas, esperanzas y fracasos, amistad o soledad, tentación e incluso caída. Todos estos acontecimientos están ensartados por la Palabra que los ilumina.
La Palabra nos ha creado. Nos mantiene en la vida. De ella nacemos sin cesar. Nos acompaña a lo largo de nuestro itinerario terrestre, desbrozando los caminos, indicando la dirección.
En este sentido podemos decir que la lectio constituye la trama de nuestra jornada. Nos acompaña de la mañana a la noche, e incluso en medio de la noche. Cuando nos retiramos a la soledad, nos inclinamos de nuevo sobre la Palabra: “que el sueño te sorprenda siempre con un libro, y que tu cara, al caer dormida, sea recibida por una página santa” (San Jerónimo).
La liturgia es la expresión de fe de nuestra comunidad. Y también es el crisol en el cual la comunidad recibe el Espíritu. Es allí, donde unimos nuestro espíritu al de nuestras hermanas para poder escuchar el Espíritu con la comunidad. Por eso, siete veces al día nos reunimos en nuestra pequeña Iglesia para celebrar la Liturgia de las Horas, que cumple, en unión con la Iglesia, la función sacerdotal de Cristo, ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza e intercediendo por la salvación de todo el mundo. Si el Espíritu Santo celebra en nuestro corazón una liturgia incesante, es en esta oración litúrgica comunitaria donde se hace la voz de Cristo y nuestra propia voz, se eleva ante Dios, y sin darnos cuenta arrebata el corazón de Dios en favor del mundo y de la Iglesia.
La liturgia es la expresión de fe de nuestra comunidad. Y también es el crisol en el cual la comunidad recibe el Espíritu. Es allí, donde unimos nuestro espíritu al de nuestras hermanas para poder escuchar el Espíritu con la comunidad. Por eso, siete veces al día nos reunimos en nuestra pequeña Iglesia para celebrar la Liturgia de las Horas, que cumple, en unión con la Iglesia, la función sacerdotal de Cristo, ofreciendo a Dios un sacrificio de alabanza e intercediendo por la salvación de todo el mundo. Si el Espíritu Santo celebra en nuestro corazón una liturgia incesante, es en esta oración litúrgica comunitaria donde se hace la voz de Cristo y nuestra propia voz, se eleva ante Dios, y sin darnos cuenta arrebata el corazón de Dios en favor del mundo y de la Iglesia.